Mis nietos y yo (Volver a ser padre)
Ver chapotear a mis nietos en la pileta del Deportivo Puerto Sajonia, me producía una sensación de íntima alegría. Estaba siempre pendiente de cada una de sus reacciones, desde el momento que descendían de mi vehículo, dirigirse al vestuario y vestirse las indumentarias de natación, hasta que recibían las últimas indicaciones de su instructora para luego junto con sus demás compañeros, lanzarse a la pileta.
Cuando pienso en todas esas emociones, y en mi papel de abuelo, creo que los hijos cuando crecen y se convierten en adolescentes, como que se va diluyendo ese relacionamiento tan profundo y tan tierno con sus padres; ya no montan sobre las rodillas y como que se va generando la distancia natural producto de una nueva personalidad que va creciendo con las complejidades propias de su desarrollo.
Entonces, como que se produjera un vacío que provoca una sensible nostalgia.
Lo que trato de decir es que: cuando llega el primer nieto, y le siguen otros, como que de nuevo se reinicia la relación entre padre e hijos, en otra palabra, el abuelo vuelve a ser padre.
Es lo que me había ocurrido, cuando mi hijo ya casado, y con dos hijos, la primera Lulú, la nieta de corazón- como dice Malena, mi señora- y Emilio, comenzaron su curso de natación y por lo que me había pedido su padre, que me encargara de llevarlos, ya que él, no podía por sus compromisos laborales.
La primera y la segunda semana, tenía que adaptarme a la nueva actividad que como era pleno verano, con una temperatura que no descendía de los 37º C, a mi edad, implicaba un esfuerzo. El horario no era el más agradable, pues tenía que movilizarme en plena siesta, dejando la costumbre de descansar y, estar siempre expectante con el transcurrir de las horas para no faltar al compromiso. Seguí así durante las tres semanas siempre atento al desarrollo del curso; Lulú ya frisando sus once años, era su segunda experiencia, por lo tanto sin ningún contratiempo, nadaba en la pileta profesional, pero Emilio, era su primera vez, por lo que me obligaba a estar atento y hasta celoso de sus movimientos por el temor natural que le sucediera algo que pusiera en riesgo su tierna humanidad. En realidad, el recinto cerrado no era muy espacioso y allí estaban las dos piletas, la profesional de dimensiones reglamentarias y la pequeña para los más chiquitos, cuya profundidad no superaba al más pequeño del grupo. Pero de cualquier manera, existía siempre la posibilidad que por descuido, algún tropiezo involuntario, comprometiera la seguridad de los pequeños atletas, o quizás esta celosa expectativa era simplemente producto de la extrema sensibilidad en mi relación sentimental con mis nietos.
La aplicación estricta de la metodología por la profesora no siempre era de mi agrado, pues los niños, tenían sus peculiaridades por cuanto querían jugar con el agua, más en una tarde demás calurosa, su excitación al contacto con el agua, volvía natural y hasta comprensible su desatención a las indicaciones de su instructora. Un día hasta tuve que intervenir porque mi nieto había sido castigado, obligándosele a permanecer por varios minutos fuera de la pileta. Cuando vi la carita triste y avergonzada de Emilio no dudé un instante en requerir a la instructora su actitud, argumentándole que la metodología del juego, era la más indicada para el aprendizaje. Podría estar muy equivocado, esta apreciación era más producto de mi sentimiento que otra cosa. Ella me comprendió y hasta tuve el apoyo de los demás padres y abuelos presentes en la ocasión.
Todo el tiempo que acompañé a mis nietos experimenté mucha alegría y quedé más que convencido de que el acompañamiento del abuelo a los nietos, hacía sentir como si se volviera a ser padre.
Cuando sus padres tuvieron vacaciones, y se encargaron de relevarme en la dichosa tarea de acompañar a los niños a su clase de natación, pensé por adentro -voy a descansar, y volver a mi rutina anterior-. Pero aquí viene la cuestión: Pasó la primera semana, y perdí el contacto con mis nietos. La sensación de nostalgia pronto se hizo presente, y reproducía en mis horas de soledad, los momentos con ellos compartidos, aún mis protestas cuando no hacían lo que les mandaba, hasta el chapoteo desordenado y sus travesuras junto a sus compañeros en la pileta y la instructora tratando de ordenar al grupo de niños y niñas para la instrucción.
Lo que experimenté en ese tiempo de relación con mis nietos, me ha dejado la certeza de que los hijos crecen y dejan un vacío en la relación con sus padres y que se vuelve a llenar con la presencia de los nietos lo que nos hace sentir como si volviéramos a ser padre.
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