miércoles, 7 de septiembre de 2011

        Los hijos de nadie
                    
Mientras, la ostentosa  fastuosidad producto de enfermas ambiciones, de las mentiras políticas y todo tipo de venalidades, corrompe a magistrados, autoridades electas y de partidos políticos, que se auto-asignan cupos en el presupuesto de las instituciones públicas, para sí y para sus seguidores incondicionales, en las calles de las ciudades, crece el   hambre, la desnutrición de niños y adolescentes, que viven rebuscándose para sobrevivir, ante la indiferencia de quienes administran los destinos de la nación.
A menudo quienes se ufanan de líderes y se nutren del presupuesto nacional, hablan  de sus luchas por el futuro venturoso de la patria.  Y qué saben de patria los violadores de la leyes, los evasores, los que incrementan su fortuna mediante negociados, aprovechando la vulnerabilidad del sistema contralor del propio Estado o, simplemente, en dolosa connivencia con administradores de  Entes, ante la fragilidad de las instancias ciudadanas, que no va más allá de plagueos y zapateos, que a la postre, son aullidos que se apagan  con el viento. En tanto, en  cada bocacalle de nuestras ciudades,  desfilan niños y jóvenes, suplicando una moneda para engañar su impotencia ante las adversidades. Son jóvenes que nuestras autoridades les enseñan a delinquir ya sea por la indiferencia, ya sea por los malos ejemplos que abundan.
 La  mayoría de estos jóvenes, no conoce otra manera, nadie les ofrece oportunidades, pero cómo se les va  a ofrecer, ellos son marginales, muchos ya han estado en las cárceles,  no tiene probablemente nacionalidad y casi seguro no figura sus nombres en el padrón nacional.
 Los políticos necesitan de potenciales electores, entonces ellos no son ninguna promesa aunque son, la  cara de la sociedad marginal, la imagen de la injusticia, su miseria  no figura como principios ideológicos más, sólo como emblema de la mentira de los que buscan el poder y solo el poder. También están los niños que viven  su  desnudez en la intemperie, abandonado, que nacieron esclavos de su desgracia en tierra de la libertad, y cuantos otros niños y niñas, si bien no están en las calles, están en los barriales, en los asentamientos campesinos  olvidados de toda asistencia, degradados en sus derechos fundamentales y en la total indigencia.   
En pleno siglo 21, en nuestro querido Paraguay, no se los ha liberado todavía de la probabilidad de morir por causa de las enfermedades prevenibles o curables,  ni siquiera del anquilostomiasis que corroe sus entrañas,  o talvez protegerlos para que no sean sorprendidos en  su inocencia por otros  depredadores que se volvieron tales, simplemente porque lograron sobrevivir en el submundo llamado “marginalidad”, y como si fueran poca cosa los citados, no tienen la esperanza, de alguna pequeñísima luz en su casi imposible horizonte.
Cuando veo por las calles de Asunción, esos  niños descalzos y desnutridos y se acercan a la ventanilla de algún  automóvil con esa voz de miseria y de tristeza a pedir una limosna, me invade la idea que ellos no tienen prioridad, porque no forman parte del electorado y aún fueran cientos o miles, no constituyen riesgo de inestabilidad política.
  Los niños de las calles  son demasiados pequeños, y además ¿quien  dice que ellos son el futuro?  El futuro, son los poderosos. Los niños de las calles,  representan solamente la poquita cosa que son. Entonces,  pueden seguir esperando y quizás muriendo.
   










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